domingo, 31 de octubre de 2010

Los setenta Grandes Viajes de la Historia





Siempre es una gozada tener en las manos un libro de viajes. Más cuando de Grandes Viajes se trata. No es una novedad editorial, pues el libro fue editado por Blume en 2007 en español, pero son de esos libros que siempre apetece recomendar.


No se trata de viajes realizados por el hombre en una época concreta sino en todas ellas. Desde el Mundo Antiguo hasta casi el futuro, desde el mar hasta el Espacio, no faltan las rutas de los grandes exploradores, las travesías náuticas más sorprendentes, las hazañas, las rutas con fines científicos, militares o comerciales; de la misma manera que no falta Livingstone, ni Marco Polo, ni Humboldt, ni Zhen He, ni Herodoto, ni Aníbal, ni Gengis Kan, ni Magallanes, ni Vasco da Gama, etc.


Se trata de viajes notorios en los cinco continentes. Mejor dicho en los siete, pues también están la Antártida y las expediciones al Polo Norte.


El libro es de gran formato y está estructurado por el autor (Robin Hanbury-Tenison) en los viajes realizados durante el Mundo Antiguo, el Mundo Medieval, el Renacimiento, el siglo XIX y los tiempos modernos. Cada viaje –que por separado ya daría como para un libro- está explicado con mapa y fotos o ilustraciones en tres páginas. Quizá parezcan pocas páginas; y lo son, pero es obvio que la finalidad del libro no es otra que la de la recopilación de los diferentes capítulos que componen esta especie de Biblia de los Grandes Viajes. Siempre es un buen momento para consultarlo.

lunes, 25 de octubre de 2010

9ª Etapa. Salto Angel-Laguna de Canaima


Magnífico final para un dulce sueño


La Laguna de Canaima fue un final sorprendente. Antes de partir desde España todos andábamos con la mente puesta en el paisaje montañoso del Auyán-Tepui, y como es lógico en la espectacularidad del Salto Angel. Nadie nos habló sobre la laguna de Canaima. O quizá si, pero en esos momentos cualquier comparación –por desconocimiento- con el Auyán o el Salto Angel quedaba automáticamente eclipsada y nadie reparó en ello. Quizá ahora, a posteriori, haya sido mejor, pues ha permitido a la Laguna de Canaima sorprender gratamente con una pegada inusitada a todos y cada uno de los que allí estuvimos.


Hablando de los que allí estuvimos quiero agradecer la compañía y buen hacer profesional de quienes compartieron esos días con nosotros –de aquellos días en la Gran Sabana derivó una buena amistad posterior-: José Manuel de la fundación Cacique y director de la expedición, Patxi Vilariño (de “Al Filo de lo Imposible”), Ramón Portilla –miembro del equipo Cacique que a última hora le fue imposible acompañarnos por problemas personales pero que estuvo al pie del cañón durante todo el año con las pruebas de selección-…, a Ana Martín (coordinadora de prensa) y a los cuatro compañeros periodistas con quien tuve el placer de compartir “equipo informativo”, en especial a Javier de Jaime –el más veterano-. A Iván Artal y su equipo de Ruta Salvaje, etc.






Hecho este inciso, hoy afronto la que fue última etapa del trekking al Auyán-Tepui. Más exactamente la tercera etapa de la expedición fluvial al Salto Angel.


Se trataba de “regresar a la civilización”. Entendiéndose por civilización un pueblo (Canaima) en medio de la selva y al que sólo se puede acceder por aire…






No había prisa en levantar el campamento. Había que echarse al agua y dejarse llevar corriente abajo por el río Churún y después el Carrao hasta Canaima. Para que no fuera muy largo las curiaras se ayudaban del motor mientras los expedicionarios se dedicaban a mojarse de una barca a otra los más “activos” o a tomar el sol plácidamente. Algunos incluso a dormir. Otros como quien os escribe este post, a hacer fotos durante todo el recorrido. No lo puedo remediar. Es algo que llevo metido ya en la sangre (estoy convencido de que si me hago un análisis… sale).






La placentera travesía fluvial tuvo que detenerse como mandan los cánones de la selva al llegar a los rápidos de Mayupa, muy cerca ya de la meta. Es preciso caminar media hora por la orilla selvática mientras las curiaras afrontan este peligroso paso sin pasajeros.

 De nuevo en el río completamos la travesía hasta la Laguna de Canaima, como digo, un lugar fantástico y meta de nuestro periplo en la Gran Sabana de Venezuela y el parque nacional Canaima.


Todavía tuvimos tiempo de visitar los principales atractivos naturales de esta enorme laguna emplazada frente a otros tepuis como el Kuravaina, el Cerro Venado, etc. Visitamos el Salto Sapo, Salto Hacha, etc. e incluso nos dimos el último y merecido baño en las aguas de Canaima. Al día siguiente marchábamos con gran añoranza de regreso a España pero esa noche ¡¡dormimos en una cama!!


viernes, 22 de octubre de 2010

8ª Etapa: El Salto Angel




… Y allí, apostados en este campamento en mitad de la selva, a orillas del río Churún, vienen a mi memoria las vivencias de Ruth Robertson cuando acampó muy cerca de aquí. Quizá, quien sabe, en este mismo lugar.






Ruth Robertson fue reportera de National Geographic. Era corresponsal en Alaska durante la Segunda Guerra Mundial y no dudó en trasladarse a Caracas cuando le ofrecieron escribir un artículo sobre los pilotos estadounidenses en Venezuela. Pronto le fue familiar el nombre de Jimmy Angel y los rumores de una catarata que se desplomaba al vacío desde una altura de 1.600 metros. Ruth se embarcó en una pequeña expedición organizada por National Geographic para tal ocasión y se adentró en la Gran Sabana en su busca. Como resultado de aquella experiencia publicó en 1949 “Viaje por la jungla a las cataratas más altas del mundo”, y en ella se puede leer cómo vieron el salto por primera vez sobre las 11 de la mañana del 12 de mayo y cómo se realizó la medición, por parte de su compañero de expedición Perry Lowery, que dio como resultado 979 metros de altitud. Esta medida sigue siendo oficial en la actualidad. Ruth y su equipo estaban en lo cierto como ya suponían: el Salto Angel es la cascada más alta del mundo. Tanto, que a media cae el agua se volatiliza y vuelve a condensarse de nuevo antes de tocar tierra… un vuelo abismal.

 



Como abismal –por decirlo de alguna manera aunque quizá no sea el mejor adjetivo- debió ser también la cara de todos nosotros si alguien venido de fuera nos observara en el momento de divisar por primera vez en un recodo del río la parte superior del Salto Angel. Lo recuerdo como uno de los momentos más emotivos de mi vida y no creo que lo olvide nunca. Creedme que no es fácil de explicar cuando se observa por vez primera y uno tiene constancia real de la dimensión y proporciones del salto Angel bautizado en honor al piloto norteamericano. Aprovecho por tanto para decir que no se trata pues del Salto del Ángel, aunque bien pudiera serlo…






Esa mañana amaneció despejado ¡nos tocó la lotería! Sería una pena llegar hasta aquí y no poder verlo, como muchas veces ocurre, por las brumas o las nubes… Sobre el fuego de la hoguera humeaba el café caliente y alrededor se terminaba de secar la ropa y el calzado sometido al rigor de la humedad constante.


Se palpaba en el ambiente que había muchas ganas de salir cuanto antes río arriba, hacia el Cañón del Diablo, una estrecha garganta en cuya parte final se desploma el salto Churún meru desde más de 700 metros de altura, el cuarto más alto del mundo, y en cuya boca de entrada se encuentra el Salto Angel.






Tras algo más de 3 horas de navegación remontando las oscuras aguas del río Churún llegamos a la isla Ratón no sin antes bajarnos en algún punto en el que la canoa toca con el fondo. Es noviembre y dentro de poco el cauce del río bajará hasta el punto de no poder llegar hasta el salto navegando. Durante una buena parte del año el Salto Angel sólo se puede contemplar en vuelos panorámicos que se organizan desde Canaima.




Pie a tierra en isla Ratón, donde el salto Angel ya es perceptible en toda su extensión, sólo resta caminar por la selva unos quince minutos hasta subir al mirador Laime. Sin duda uno de los balcones naturales más sobrecogedores del mundo, frente por frente con la majestuosa cascada.

 … y allí nos hicimos la foto de rigor en grupo. Con esa cara mitad felicidad mitad incredulidad antes de relajarnos con un baño en las tintadas aguas del Churún previo regreso hasta el campamento donde habíamos dormido la noche anterior. Esa noche, ni que decir tiene, fue diferente en la vida de todos nosotros.
Las sorpresas no habían terminado.





miércoles, 20 de octubre de 2010

7ª Etapa: Kavac - Kamarata - Campo Arenales. Expedición fluvial al Salto Angel



Río abajo… y río arriba


Comienza hoy como os comentaba una segunda parte de la expedición. Algunas empresas locales lo ofrecen incluso como programa independiente. Por cierto, es oportuno decir que la expedición llegó al éxito gracias en buena medida al buen hacer de la empresa local venezolana que nos guió por el parque nacional Canaima y la Gran Sabana. Se llama Ruta Salvaje, con Iván Artal al frente. Nosotros, ya puestos, enlazamos la subida y el descenso del Auyán-tepui con la navegación fluvial que, bordeando la parte oriental de la gran montaña, nos llevará hasta los pies del Salto Angel, el mayor salto de agua del planeta.





Cambiamos con ello los senderos terrestres por los “senderos fluviales”. La Gran Sabana es un ecosistema que registra muchas precipitaciones y la escorrentía es alta. Una red de venas y arterias de agua recorre la impenetrable selva venezolana constituyendo las auténticas vías de comunicación del tapiz del escudo guayanés. Son las carreteras y caminos de la selva.




Comienza por tanto una expedición fluvial entre Kamarata, en la zona de Kavac y Uruyén, y la base de la cascada del Salto Angel. 4 días inolvidables días.







Río abajo y río arriba


Primero es preciso llegar a Kamarata en 4x4 desde Kavac. Kamarata es una aldea indígena a orillas del río Akenán. Todavía recuerdo las caras de asombro de los niños cuando les mostraba las fotos en la pantalla de la cámara digital. En 2002 la fotografía digital comenzaba su andadura y era novedad para todos. Más para aquellos chavales.


Sin tiempo que perder, ya están esperando las curiaras –embarcaciones locales de madera- que nos trasladarán hasta el objetivo. La navegación por el río Akenán y más tarde por el río Carrao es favorable, pues se avanza rápido río abajo. A pesar de todo pasamos unas cuantas horas a bordo.



Con las últimas luces del día se llega a la unión del río Carrao con el río Churún, que baja por la izquierda desde el Auyán-tepui. Ahora la navegación se torna más lenta y con ayuda del motor, como toda la jornada, comenzamos a remontar el Churún contra corriente hasta el Campo Arenales, donde pasaremos la noche. Aunque todavía fuera del alcance de la vista, estábamos a las puertas del Cañón del Diablo, desde donde se descuelga el Salto Angel al vacío. Lo sabíamos, y también sabíamos que al día siguiente iba a ser inolvidable, más si aguantaba bien como hasta ahora la siempre imprevisible meteorología. El nerviosismo se palpaba en el ambiente. Esa noche en la hoguera el buen ánimo de todo el mundo era una constante mientras se secaba la ropa y las botas al calor del fuego.


El campamento en la selva aquel día durmió sumido en una paz llena de buenos presagios...


lunes, 18 de octubre de 2010

6ª Etapa: Guayaraka-Kavac


Sexto día en el paraíso.

4-5 horas


Comparada con la jornada de ayer, ésta es un paseo. Se trata en efecto de descender desde el campamento Guayaraca, en la primera terraza del Auyán – tepui, hasta el terreno llano de la Gran Sabana, a los pies de la montaña y luego ir bordeando el Auyán hacia el este hasta el campamento Kavac. Como digo, un día tranquilo “para estirar las piernas”.






Iniciamos pronto el descenso, aunque hoy se palpa en el ambiente que no tenemos la prisa de días anteriores. Comenzamos a descender por el mismo camino que hace cinco días nos introdujo en la majestuosidad del Auyán-Tepui y sólo tememos una cosa: el sofocante calor del primer día en este lugar. El cielo amaneció despejado con algunas nubes, como es habitual, aferradas al paredón rocoso que rodea al tepui. El sendero, siempre en descenso, parece estar hecho ahora para el disfrute más absoluto, como si la Montaña Sagrada –como la llamana los pemones- quisiera ofrecernos una última jornada diseñada para poder evaluar y asimilar su paraíso y lo que en él hemos tenido la fortuna de hacer.






A medida que el día avanza el calor comienza a ser asfixiante pero las nubes van adquiriendo todo el aspecto tormentoso del que hasta ahora nos habíamos librado. En el llano horizonte se adivinan cortinas de lluvia. También se adivina que una de ellas se nos viene encima. El grupo en su tradicional fila india, aunque esta vez no propiciada por la dureza del terreno sino por la relajación en el caminar, ya se encuentra en el llano. La cortina de lluvia está literalmente encima de nosotros y muy pronto descarga uno de los chaparrones más fuertes y agradables que recuerdo. Fuerte porque en el Gran Sabana cuando llueve, llueve de veras; y agradable porque la sensación de calor queda aplacada con esta ducha torrencial divina. Lejos de ponernos una capa de agua, todos seguimos caminando y gozándola, con más o menos ropa, pero caminando…






Pasada la tromba el sol vuelve a aparecer y a apretar con fuerza. La cortina de agua deja paso a las pequeñas cortinillas de vapor de agua que la hierba desprende al evaporizarse bajo un sol de justicia.






Dejamos a la derecha la pista que lleva hacia Uruyén, donde aterrizamos el primer día y seguimos más pegados a la ladera –desde la que se descuelgan algunas cascadas- hacia el siguiente campamento: Kavac. Se trata de un campamento con cabañas -churuatas- que ofrecen un buen techo en el que colgar las hamacas y con unas vistas excepcionales de la Auyán.

Uruyén suele ser el final del trekking del Auyán-Tepui (6 días/5 noches) y donde suele tomarse el vuelo de regreso en las expediciones organizadas por las agencias de aventura locales. Nuestro propósito es diferente. Llegamos con tiempo para descansar en Kavac y relajarnos. La noche es maravillosa y de agradable temperatura. El cansancio no obstante parece aflorar de golpe y las hamacas pronto se llenan de inquilinos… Mañana será el principio de lo que podríamos definir una segunda expedición, la expedición fluvial que nos llevará a la segunda gran meta: el Salto Angel. Aprieto los puños fuerte para dormir más rápido y que la mañana llegue cuanto antes para llevarme a este sueño…








jueves, 14 de octubre de 2010

5ª Etapa. Cima Auyán-tepui – Campamento Guayaraca


La etapa más dura
11 horas

Antes de pisar tierra venezolana a primeros de noviembre de 2002, habíamos pasado el año en España preparando físicamente la expedición. Se habían realizado cuatro pruebas en diferentes rincones montañosos de la península Ibérica para seleccionar los integrantes finales de la expedición (Picos de Europa, Gredos, Grazalema….) José Manuel, el responsable, mucho había incidido en la especial dureza física del trazado de esta edición. Ya se había subido anteriormente el Roraima tepui, el más alto de la Gran Sabana con 2.800 metros de altitud, pero el Auyán era aún más exigente en sus rampas. Poco o nada se dijo en cambio de la bajada.






El descenso decidimos hacerlo en sólo 2 jornadas. La primera bajaría directamente desde El Oso, en la cima, hasta Guayaraca. Casi 2.000 metros de desnivel y 11 horas de caminata. La segunda desde Guayaraca hasta Uruyén y de ahí a Kavac en un trazado mucho más cómodo y suave.






Tras el desayuno en el “calor” del Oso, en la cima, no había tiempo que perder. Teníamos por delante una etapa larga, la más larga. También la más dura. Había que desandar el camino de subida pues como ya os he comentado no hay alternativa posible. Sólo existe un camino entre la base y la cumbre del Auyán.


Tres horas después de salir llegamos al borde del tepui. En la cima ya habíamos tenido que atravesar –pues no hay forma de esquivarlos- pasos convertidos en auténticos barrizales en los que la pierna desaparece por debajo de la pantorrilla en cada zancada (foto). Pues sólo era el comienzo. Descendimos ayudados por las cuerdas en los puntos más comprometidos y resbaladizos por los huecos y rendijas de La Paloma hasta llegar a la base del farallón rocoso. Cortado a pico con la verticalidad de las paredes de una gran tarta. Fue penetrar de nuevo en el Mundo Perdido y revivir uno de los tramos más espectaculares del trekking.


Llegamos al tramo de las raíces embarradas, que se hizo eterno y dejó piernas entumecidas y los tobillos tocados. Se acaba el terreno horizontal. A partir de aquí nos lanzamos en un vertiginoso descenso por la selva, mejor dicho por el barrizal selvático. Si difícil y cansado es subir, duro y agotador es descender en un terreno tan vertical. Los resbalones estaban a la orden del día pues carecíamos de fijación de agarre en las botas. Todo el pie hasta casi la rodilla era una bola de barro y la bota apenas se distinguía.






Pasamos por El Peñón sin detenernos, echando una mirada cómplice por el cobijo que nos había dado días atrás en lo que nos pareció un hotel de cinco estrellas. El único punto horizontal entre la primera y la segunda terrazas del Auyán.


Había llovido mucho en la zona los días anteriores y el sendero era un verdadero tobogán. Bajábamos en fila india, en pequeños grupos de 3-4 personas, pues el grupo iba roto en función de los ritmos de cada uno.

Pronto circulaban de delante hacia detrás las noticias entre los rezagados que hacían de puente informativo en esta cadena de senderistas: un porteador se había caído y se había lastimado una pierna, tenían que llevarlo a cuestas entre el resto de sus compañeros. Al rato otra noticia: un guía había pisado una serpiente –suerte que fue una falsa coral-… El cansancio era extremo y sabíamos que una vez iniciado el descenso no hay marcha atrás ni opción de vivac intermedio porque sencillamente: no hay donde hacerlo. No queda más remedio que continuar hasta Guayaraca y unir en una sola etapa la distancia que a la ida habíamos hecho en dos días.


Como era lógico, la noche se echó encima. Al campamento iban llegando lucecitas que se tambaleaban en la distancia, eran las linternas frontales de los pequeños grupitos con los más rezagados. Algunos al llegar literalmente se desplomaban extenuados. Otros recobraban inusitadamente las fuerzas y se ponían a dar saltos sabedores de que habían superado lo más duro. Guayaraca era como volver a casa.

lunes, 11 de octubre de 2010

Al sur del Orinoco. Un día en la cima del Auyán



El 9 de octubre de 1937 la avioneta de James Crawford Angel -Jimmy Angel- tocaba la cima del Auyán-tepui. Era la primera vez que un ser humano hollaba el Auyán. El tren de aterrizaje se partió en tan osada maniobra y la avioneta quedó inservible para despegar. No había alternativa, había que salir a pie.


Casi medio mes tardaron el explorador Jimmy Angel y sus compañeros de expedición en encontrar el único camino de bajada y descender de la cima del Auyán-tepui hasta el campamento Uruyén, donde esperaba Félix Cardona. Sólo tenían víveres para una semana. Ese camino, el único existente, ha sido también el que nos ha servido a nosotros para subir.






All Williams y John McCraken fueron dos viejos buscadores de oro escoceses que a comienzos del siglo XX dieron con el preciado metal y diamantes en el lecho de un río en el corazón de la Gran Sabana. All Williams murió en el viaje de regreso en la laguna de Canaima, pero John McCraken tenía claro que habría de regresar a la mina. Si en el lecho había riqueza, mucha más habría en la cima desde la que se desplomaba el curso de agua. Imposible acceder a pie, para ello necesitaba la pericia de un piloto capaz de aterrizar en la cumbre de aquel tepui…



Jimmy Angel fue probablemente el mejor piloto de la historia. El Rey del Cielo lo apodaban. Piloto personal de Lawrence de Arabia y compañero de escuadrilla en la 1ª Guerra Mundial del célebre aviador Roland Garros. Llegó a la Gran Sabana atraído por la riqueza del oro y los diamantes en compañía del explorador escocés John McCraken, quien le localizó y contrató en Panamá para tal misión.


Jimmy Angel y John McCraken aterrizaron en la cima del tepui. Dieron varias vueltas y sobrevolaron algunos tepuyes antes de hacerlo, pero al final lo lograron. El explorador escocés dio con el yacimiento mientras Jimmy preparaba la avioneta para el despegue en una mañana de densa niebla. Cargados de fortuna emprendieron el regreso a casa.






Jimmy Angel también regresó. McCraken, ya mayor y retirado, le cedió el yacimiento, así que años más tarde, en 1935, Jimmy Angel intentaría dar de nuevo con la mina siguiendo las indicaciones dejadas por el explorador escocés y lo que vagamente recordaba debido a las nieblas y al paso de los años. Sobrevoló la Gran Sabana en varias ocasiones en busca del lugar en el que había aterrizado en compañía de McCraken, pero era una época en la que “al sur del Orinoco” nada se conocía; no había apenas información y mucho menos mapas fiables. Fue en uno de esos vuelos cuando se topó con el salto de agua que hoy lleva su nombre. Estaba convencido de que ese era el lugar.


Realizó varios sobrevuelos del espectacular salto de agua en compañía del español Félix Cardona Puig, el primer occidental –junto a Mundó Freixas- en ver con sus ojos la mayor cascada del mundo en 1927.


Estaba decidido a montar una pequeña expedición y Félix Cardona iría con él. En esta ocasión le acompañaban su esposa, los montañeros venezolanos Miguel Delgado y Gustavo “Cabullas” Henry, y el español Félix Cardona Puig. Cardona se quedaría esperando aquel 9 de octubre en el campamento base que tantas veces había utilizado Jimmy en sus sobrevuelos. Amaneció despejado y todo apuntaba a que era el momento propicio. El momento si, pero no el lugar…


Se equivocó. Era la primera vez que Jimmy pisaba el Auyán-Tepui. Un error topográfico le llevó a un tepui equivocado, no era en el que había aterrizado y despegado aquel brumoso día de 1922, pero a cambio descubrió la cascada más impresionante de cuantas existen.
Sólo gracias a la pericia y experiencia montañera de los venezolanos pudieron descender con éxito de la cumbre.
La avioneta permaneció abandonada en la cima hasta que muchos años después fue trasladada en helicóptero hasta Ciudad Bolívar, donde se expone actualmente.






Un día en la cumbre
Y en la misma cima me encuentro yo, ahora comprendo la desolación de Jimmy y sus compañeros ante el panorama de tener que salir de allí. Es un laberinto de rocas de descomunales proporciones. Todo parece igual. Es casi imposible dar tres pasos sin tener que sortear algún barranco y alguno de ellos –creedme- da vértigo sólo asomarse. La cima es de tal proporciones que en ella hay selvas y ríos. Es un lugar absolutamente diferente a cuantos he estado con anterioridad. También a cuantos he ido después. Los tepuyes son únicos.

En este paraíso pétreo pasamos el cuarto día. Un día “libre” de descanso, de disfrutar del edén cada uno a su manera. Unos leyendo, otros paseando, otros escalando, otros –como mis compañeros periodistas y yo- intentando conectar vía satélite con Madrid para enviar crónicas y fotos. La noche anterior ya lo intentamos sin éxito, así que volver a hacerlo desde nuestra “oficina móvil”: ordenadores, adaptadores de corriente, un teléfono satélite que pesaba un quintal y generador de corriente que pesaba todavía más… (¡¡pobres porteadores!!).
El resto del día yo lo pasé deambulando absorto de un lado para otro. Deteniéndome cada metro a observar la singular flora del tepui, plantas que sólo existen aquí y en ningún otro lugar. Ni siquiera en otro tepui, pues cada uno cuenta con alto número de endemismos. También pájaros y ranitas diminutas de aspecto y colores raros. En cada metro cuadrado empleaba un buen rato, pero así pasé la tarde disfrutando.





La mayoría de los expedicionarios habían ido hasta un cercano curso de agua donde pasaron el día bañándose y tomando el sol hasta que regresaron por la tarde al campamento. La noche, como la anterior, se disfrutó junto al fuego pero en esta ocasión había que acostarse pronto pues al día siguiente había que acometer el descenso en la que a la postre fue –sin ninguna duda- la etapa más dura.
Era nuestra segunda y última noche en el campamento del Oso, en la cima del tepui. Quien sabe si algún día tendré la suerte de volver a pisarla. Me resisto a pensar que no…

sábado, 9 de octubre de 2010

3ª Etapa. El Peñón – Cima Auyán - tepui.


En lo más alto del tepui, el sueño hecho realidad.
6 horas

“… ¡Esto es lo más grande que he oído jamás!, ¡es colosal! Usted es un Colón de la ciencia que ha descubierto un mundo perdido.


… -¿y después señor, qué hizo usted?


- Era la estación lluviosa, señor Malone, y mis provisiones estaban exhaustas. Exploré una parte de ese inmenso farallón, pero no fui capaz de encontrar una vía para escalarlo. La roca piramidal sobre la cual vi el pterodáctilo al que maté después era más accesible. Como soy algo alpinista me las arreglé para escalar hasta la mitad del camino hacia la cumbre. Desde aquella altura podía formarme una idea más clara de la meseta que se extendía en lo alto de los riscos. Parecía muy extensa; ni por el este ni por el oeste pude vislumbrar hasta donde llegaba el panorama de los riscos cubiertos de verdor. Abajo, se extendía una región pantanosa, llena de matorrales, abundante en serpientes, insectos y fiebres, que sirve de protección natural a este extraño país.


- ¿Advirtió usted alguna otra señal de vida?


- No, señor, ninguna; pero durante la semana que pasamos acampados al pie del farallón, pudimos escuchar algunos ruidos muy extraños que venían de lo alto.


- ¿Y el animal que dibujó el norteamericano? ¿cómo explica usted que pudiera lograrlo?


- Lo único que podemos suponer es que consiguió subir hasta la cima y desde allí lo vio.


… pero ¿cómo llegaron estos seres hasta allí?


No creo que el problema sea demasiado oscuro- dijo el profesor-. No puede haber más que una explicación. Como habrá oído usted decir. Sudamérica es un continente granítico. En este lugar exacto del interior debe haber ocurrido en una época muy remota, un enorme y súbito levantamiento volcánico. Debo señalar que aquellos cerros son basálticos y por lo tanto plutónicos. Un área quizá tan amplia como el condado de Sussex, fue alzada en bloque con todo su contenido viviente y separada del resto del continente por precipicios perpendiculares, cuya dureza desafía la erosión. ¿Cuáles fueron las consecuencias? Que las leyes naturales ordinarias quedaron en suspenso. Los diversos obstáculos que influyen en la lucha por la existencia en el resto del mundo quedaron allí neutralizados o alterados. Sobreviven seres que de otra manera habrían desaparecido. Observará que tanto el pterodáctilo como el estegosaurio pertenecen al periodo Jurásico, o sea, que datan de una era muy grande en la sucesión de la vida. Han sido conservados artificialmente en virtud de esas condiciones accidentales y peculiares”



Así relataba el profesor Challenger a su futuro compañero de expedición, el periodista E. D. Malone en la magnífica obra “El Mundo Perdido” de Arthur Conan Doyle, parte del mundo pretérito que les esperaba en su destino. Y ese mundo existe en realidad. Se trata de los Tepuyes o montañas en lengua pemón, que emergen poderosos en la llanura de la Gran Sabana venezolana.




Hacia la cumbre.


Al pie del farallón nos encontrábamos también nosotros y quizá eso es lo que nos espera allá arriba. No se si con pterodáctilo incluido. No me lo podía quitar de la cabeza.


Desde El Peñón restan 3 horas de subida por terreno complicado, especialmente un largo tramo en el que no existe sendero y se ha de caminar sobre un mar de resbaladizas raíces. Agotador y peligroso para los tobillos. De pronto la vegetación se abre y nos deja al pie de la imponente muralla rocosa que convierte a éste y el resto de tepuyes en inexpugnables. A diferencia de la mayoría, el Auyán tiene aquí el único punto débil que permite acceder a su cumbre. Es la pared La Paloma, una delgada brecha por la que es posible caminar entre brumas, nieblas y gigantescos helechos arborescentes, con la ayuda estratégica de alguna cuerda a modo de pasamanos para salvar las rocas más resbaladizas (en cinco ocasiones a lo largo de la etapa). Es el único camino posible de acceso a la cumbre. ¡¡El único en 700 kilómetros cuadrados de cima!! Si los dinosaurios de El Mundo Perdido existieran, seguro vivirían en la pared de la Paloma. Un lugar mágico (foto de apertura del post).






Tras un último esfuerzo a través de una tenebrosa rendija entre la roca que obliga a usar manos y pies para trepar, la luz se hace de pronto. Ganada una repisa horizontal pronto me doy cuenta de dónde estoy. Esa repisa no es otra cosa que el borde de la cima del tepui. ¡¡Objetivo conseguido!!


A medida que vamos accediendo a la cima las caras de los recién llegados denotan una alegría indescriptible y pronto dejan caer la mochila para abrazarse a los que ya habíamos hecho cumbre. Saltos de felicidad, lágrimas de emoción por lo conseguido… Imposible contenerse. Inolvidable.


Poco a poco nos vamos juntando en torno al busto de Simón Bolívar traído en el año 1956 en helicóptero por la Universidad Central de Venezuela para indicar los 2.510 metros de altura del punto más alto (Pico Libertador).






La cima de esta descomunal meseta desciende hacia el norte, como la cubierta de un barco ladeado por la tempestad, hasta donde se pierde la vista. Sólo resta caminar otras 3 horas por esa cubierta sorteando la infinidad de barrancos que hacen imposible la existencia de un sendero bien trazado como tal. Es terreno de plantas únicas, con un porcentaje de endemismos elevadísimo. Plantas carnívoras. Líquenes increíbles. Una geografía áspera como pocas. De formaciones curiosas. Para terminar de componer el cuadro abstracto, un arroyo de aguas amarillas, naranjas, rojas (similares a las que ya había visto en el onubense río Tinto). Si en el río Tinto alguien me hubiera pedido que echara un trago le tacharía de loco. La diferencia es que en esta ocasión era el agua que habría de beber durante los dos próximos días y una vez superado el dudoso sorbo inicial, la bebimos por litros. Los guías juraban que bebiéramos tranquilos, sin problema. Otra cosa es el color de la orina después (que sin entrar en más detalles va desde la Fanta de naranja y al tinto de verano). Pero no estábamos bebiendo en un sitio más y ni de un arroyo más. Es el nacimiento del río Churún, el mismo que muchos kilómetros más adelante se desploma desde la cima por la garganta del Diablo formando el Churún Merú, una cascada de 700 metros de altura, la cuarta cascada más alta del mundo. Su problema es que teniendo a quien tiene de vecino, el Salto Angel, el Churún Merú pasa casi inadvertido.






La noche en la cima se pasa bajo otro peñasco, en esta ocasión con forma de oso. Disfrutando del cielo estrellado. A la hora de la cena una marabunta de hormigas pretende dejarnos sin comida. Uno de los indígenas toma una antorcha y la acerca a la hilera de hormigas. Rápidamente estos insectos sociales se transmiten la señal de peligro a velocidad de vértigo (mucho más que yo mis crónicas desde el teléfono satélite…). En cuestión de un minuto el chorreo de insectos cesa radicalmente y ni rastro de ellas. Mano de santo.


La cena sabe a gloria y hoy si, a pesar del cansancio, la noche se disfruta al máximo. Es complejo describir el paisaje nocturno de luces y sombras con la tenue luz de la luna en un paisaje de por si surrealista. Unos se dedican a observar las estrellas, otros reponen ya fuerzas en el calor del saco, la mayoría charlamos junto al fuego exprimiendo cada instante de esta noche diferente para todos, degustando cada minuto como si del trago de un gran reserva se tratara. Las conversaciones se amontonan en la hoguera. No queremos que amanezca nunca.

jueves, 7 de octubre de 2010

2ª Etapa: Guayaraca – El Peñón.


Tras los empinados pasos de King Kong.
6-8 horas



El campamento Guayaraca amaece envuelto en una densa niebla. La humedad reinante lo empapa todo y el frío penetra en los huesos.
Los buenos días nos los da una boa enrollada en la base del árbol frente al que hemos colocado la tienda. Suerte que la niebla no la tiene muy activa. Reina del camuflaje, imposible de detectar si no fuera porque estaba junto a las botas de uno de los expedicionarios…


 

La etapa de hoy se antoja dura, muy dura. No nos engañemos, con 1.000 metros de empinadísimo desnivel entre selva y barro, la cosa de antemano asusta. Sólo viendo la verticalidad de la ladera entre la primera y segunda terrazas que muestra la foto, el lector puede hacerse a la idea.






Es, sin embargo, un recorrido de gran interés botánico, con diversas especies de orquídeas, bromelias y otra gran cantidad de epífitas que colonizan la densa selva tropical que domina la etapa. Las nieblas y el barro son una constante hasta llegar a la segunda terraza, llamada por los pemones Danto. Por delante tenemos de inicio unos 15 minutos de llano y sin vegetación por la primera terraza hasta la entrada en la selva. Van bien para desentumecer músculos y entrar en calor. A partir de ahí el sendero mira al cielo sin tregua y con inusitada verticalidad. El barro se encarga además de retroceder dos pasos cada vez que se da uno. Agotador y muy duro.


Acompañan nuestra subida las preciosas mariposas Morpho y la presencia de las no tan amigables serpientes de coral. Me viene a la cabeza la alusión a los ofidios en la novela de Arthur Conan Doyle “El Mundo Perdido”.


 La senda sube casi 3 horas sin descanso por la selva antes de salir a terreno ligeramente abierto, en el que por unos metros la vegetación arbórea selvática da paso a una selva de matorrales. La vegetación se abre lo suficiente para dejarnos ver con claridad los empinados escalones que tenemos por delante. Seguramente sea mejor no verlos. Caminamos en una fila india muy rota sin duda por el cansancio. Las siluetas de los expedicionarios que me preceden, unos puntos diminutos en la verticalidad de la ladera, deja claro una cosa. Sigue tocando sufrir…






Se trata de los conocidos como King Kong stairs –escaleras de King Kong- por la separación entre uno y otro peldaño (los peldaños no son más que socavones en el barro). Tras superarlos se accede por terreno más amigable a un abrigo natural conocido como El Peñón bajo el que guarecerse para pasar la noche y reposar las 6 horas de marcha. Los senderistas vamos llegando con cuenta gotas, agotados, pero sin duda con caras de rabiosa felicidad. El hueco bajo esta gran laja de piedra parece haberse medido al milímetro y todos los expedicionarios logramos dormir bajo techo. 


Mañana es el gran día y haremos cumbre en el Auyán – Tepui. Un sueño.