Río abajo… y río arriba
Comienza hoy como os comentaba una segunda parte de la expedición. Algunas empresas locales lo ofrecen incluso como programa independiente. Por cierto, es oportuno decir que la expedición llegó al éxito gracias en buena medida al buen hacer de la empresa local venezolana que nos guió por el parque nacional Canaima y la Gran Sabana. Se llama Ruta Salvaje, con Iván Artal al frente. Nosotros, ya puestos, enlazamos la subida y el descenso del Auyán-tepui con la navegación fluvial que, bordeando la parte oriental de la gran montaña, nos llevará hasta los pies del Salto Angel, el mayor salto de agua del planeta.
Cambiamos con ello los senderos terrestres por los “senderos fluviales”. La Gran Sabana es un ecosistema que registra muchas precipitaciones y la escorrentía es alta. Una red de venas y arterias de agua recorre la impenetrable selva venezolana constituyendo las auténticas vías de comunicación del tapiz del escudo guayanés. Son las carreteras y caminos de la selva.
Comienza por tanto una expedición fluvial entre Kamarata, en la zona de Kavac y Uruyén, y la base de la cascada del Salto Angel. 4 días inolvidables días.
Río abajo y río arriba
Primero es preciso llegar a Kamarata en 4x4 desde Kavac. Kamarata es una aldea indígena a orillas del río Akenán. Todavía recuerdo las caras de asombro de los niños cuando les mostraba las fotos en la pantalla de la cámara digital. En 2002 la fotografía digital comenzaba su andadura y era novedad para todos. Más para aquellos chavales.
Sin tiempo que perder, ya están esperando las curiaras –embarcaciones locales de madera- que nos trasladarán hasta el objetivo. La navegación por el río Akenán y más tarde por el río Carrao es favorable, pues se avanza rápido río abajo. A pesar de todo pasamos unas cuantas horas a bordo.
Con las últimas luces del día se llega a la unión del río Carrao con el río Churún, que baja por la izquierda desde el Auyán-tepui. Ahora la navegación se torna más lenta y con ayuda del motor, como toda la jornada, comenzamos a remontar el Churún contra corriente hasta el Campo Arenales, donde pasaremos la noche. Aunque todavía fuera del alcance de la vista, estábamos a las puertas del Cañón del Diablo, desde donde se descuelga el Salto Angel al vacío. Lo sabíamos, y también sabíamos que al día siguiente iba a ser inolvidable, más si aguantaba bien como hasta ahora la siempre imprevisible meteorología. El nerviosismo se palpaba en el ambiente. Esa noche en la hoguera el buen ánimo de todo el mundo era una constante mientras se secaba la ropa y las botas al calor del fuego.
El campamento en la selva aquel día durmió sumido en una paz llena de buenos presagios...
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