jueves, 14 de octubre de 2010

5ª Etapa. Cima Auyán-tepui – Campamento Guayaraca


La etapa más dura
11 horas

Antes de pisar tierra venezolana a primeros de noviembre de 2002, habíamos pasado el año en España preparando físicamente la expedición. Se habían realizado cuatro pruebas en diferentes rincones montañosos de la península Ibérica para seleccionar los integrantes finales de la expedición (Picos de Europa, Gredos, Grazalema….) José Manuel, el responsable, mucho había incidido en la especial dureza física del trazado de esta edición. Ya se había subido anteriormente el Roraima tepui, el más alto de la Gran Sabana con 2.800 metros de altitud, pero el Auyán era aún más exigente en sus rampas. Poco o nada se dijo en cambio de la bajada.






El descenso decidimos hacerlo en sólo 2 jornadas. La primera bajaría directamente desde El Oso, en la cima, hasta Guayaraca. Casi 2.000 metros de desnivel y 11 horas de caminata. La segunda desde Guayaraca hasta Uruyén y de ahí a Kavac en un trazado mucho más cómodo y suave.






Tras el desayuno en el “calor” del Oso, en la cima, no había tiempo que perder. Teníamos por delante una etapa larga, la más larga. También la más dura. Había que desandar el camino de subida pues como ya os he comentado no hay alternativa posible. Sólo existe un camino entre la base y la cumbre del Auyán.


Tres horas después de salir llegamos al borde del tepui. En la cima ya habíamos tenido que atravesar –pues no hay forma de esquivarlos- pasos convertidos en auténticos barrizales en los que la pierna desaparece por debajo de la pantorrilla en cada zancada (foto). Pues sólo era el comienzo. Descendimos ayudados por las cuerdas en los puntos más comprometidos y resbaladizos por los huecos y rendijas de La Paloma hasta llegar a la base del farallón rocoso. Cortado a pico con la verticalidad de las paredes de una gran tarta. Fue penetrar de nuevo en el Mundo Perdido y revivir uno de los tramos más espectaculares del trekking.


Llegamos al tramo de las raíces embarradas, que se hizo eterno y dejó piernas entumecidas y los tobillos tocados. Se acaba el terreno horizontal. A partir de aquí nos lanzamos en un vertiginoso descenso por la selva, mejor dicho por el barrizal selvático. Si difícil y cansado es subir, duro y agotador es descender en un terreno tan vertical. Los resbalones estaban a la orden del día pues carecíamos de fijación de agarre en las botas. Todo el pie hasta casi la rodilla era una bola de barro y la bota apenas se distinguía.






Pasamos por El Peñón sin detenernos, echando una mirada cómplice por el cobijo que nos había dado días atrás en lo que nos pareció un hotel de cinco estrellas. El único punto horizontal entre la primera y la segunda terrazas del Auyán.


Había llovido mucho en la zona los días anteriores y el sendero era un verdadero tobogán. Bajábamos en fila india, en pequeños grupos de 3-4 personas, pues el grupo iba roto en función de los ritmos de cada uno.

Pronto circulaban de delante hacia detrás las noticias entre los rezagados que hacían de puente informativo en esta cadena de senderistas: un porteador se había caído y se había lastimado una pierna, tenían que llevarlo a cuestas entre el resto de sus compañeros. Al rato otra noticia: un guía había pisado una serpiente –suerte que fue una falsa coral-… El cansancio era extremo y sabíamos que una vez iniciado el descenso no hay marcha atrás ni opción de vivac intermedio porque sencillamente: no hay donde hacerlo. No queda más remedio que continuar hasta Guayaraca y unir en una sola etapa la distancia que a la ida habíamos hecho en dos días.


Como era lógico, la noche se echó encima. Al campamento iban llegando lucecitas que se tambaleaban en la distancia, eran las linternas frontales de los pequeños grupitos con los más rezagados. Algunos al llegar literalmente se desplomaban extenuados. Otros recobraban inusitadamente las fuerzas y se ponían a dar saltos sabedores de que habían superado lo más duro. Guayaraca era como volver a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario