sábado, 7 de abril de 2012

Essaouira y la ruta de la miel

7ª Etapa: Agadir-Essaouira-Marrakech: 350 km.

Essaouira.


Tres son las opciones para llegar desde Agadir a Marrakech. La más rápida y directa por la moderna autopista, la segunda por la costa y la tercera mezclando costa e interior por la ruta de la miel. Las dos últimas son las más recomendables si no se tiene prisa. En mi caso no tengo ninguna prisa. Dispongo de todo el día para llegar hasta Marrakech, así que sin dudarlo opto por avanzar bordeando el mar hasta Essaouira.

Las curvas convierten a este trazado de 170 km. En una ruta de 3 horas, que casi se duplica si se opta por el desvío interior a la ruta de la miel. Merecen la pena.



Desde Essaouira a Marrakech sólo resta completar los 180 kilómetros de distancia sin mayor interés natural y paisajístico que cubrirlos a la mayor brevedad posible; por la antigua nacional y buena parte por la autopista. Sin duda el mayor interés de la etapa de hoy está entre Agadir y Essaouira, así que ahí dedico las horas de luz de este día de invierno que amaneció frío y brumoso. Desapacible al principio pero soleado a partir de mediodía.

En la salida de Agadir llenamos el depósito de combustible para despreocuparnos y disfrutar de la ruta hasta Marrakech sin mirar el indicador de la gasolina, donde de nuevo lo llenamos para cruzar el Atlas al día siguiente.




Tras apenas 12 kilómetros de etapa pegaditos al mar, un desvío a la derecha repleto de carteles indica el inicio de la ruta de la miel y la entrada al valle del Paraíso. Con ese nombre es difícil resistirse. Escondido entre montañas con una altura media de 600-700 metros pero que rozan los 1.500 metros de altitud, envuelto en un paisaje sinuoso que se recorre por carreteras estrechas y pistas con mil y una curvas, se esconde este paraíso marroquí con un microclima especial en el que crecen almendros y otros frutales, olivos y arganes, bajo un intenso aroma a tomillo y lavanda. La referencia es la localidad de Imouzzer. Aquí comienza este pequeño recorrido apícola invadido de pequeños puestos y tenderetes junto a la carretera en los que degustar la exquisita miel que se producen en los inmensos colmenares comunales de adobe, algunos de enormes dimensiones. También se produce un producto de gran sabor elaborado con miel, almendras y aceite de argán.

Cerca de Imouzzer se encuentran dos enclaves naturales de gran interés: las pozas de la garganta de Asif Tamraght y las cascadas de Oued Tinkert. Cuando llevan agua (invierno) son espectaculares.

Gaviota patiamarilla.
La ruta de la miel la podemos hacer más o menos larga según el tiempo del que dispongamos y el tipo de vehículo. Ofrece varias opciones de regreso a la carretera junto a la costa. En un turismo debemos optar por regresar al mar en Amesnaz –bello paisaje- o Tamri. Un vehículo 4x4 permite explorar pistas de montaña hasta Tamanar. Cualquiera de las opciones supone una inmersión en la vida agrícola y rural de esta preciosa zona marroquí.


Si no se dispone de tiempo para adentrarse entre los bancales, oasis y montañas del valle del Paraíso, la carretera desde Agadir hasta Tamanar es también una auténtica delicia, con varios miradores sobre la costa y enclaves preciosos como el cabo Rhir.

El resto del camino cambia en buena parte la visión del Atlántico por la de los arganes y las colinas. Muchas curvas y tiendas de aceite de argán y productos cosméticos que llevan este aceite como componente principal.



El olor a mar nos recuerda que estamos cerca de Essaouira, la antigua Mogador. Siempre me ha recordado a Tarifa. Con el fuerte viento, la ciudad amurallada, el mar… población de artistas, bohemios y windsurfistas. Essaouira pasa por ser una de las poblaciones más bonitas de Marruecos, de eso no hay duda.

La etapa supone una buena ocasión para observar la vegetación halófila.


Es hora de estirar las piernas y dar un buen paseo por la ciudad. Aparcamos el coche en el amplio aparcamiento exterior y nos adentramos en la medina a través de una de sus puertas de la muralla. Es pequeña y se recorre rápido, pero os recomiendo no dejar de visitar su encantador puerto pesquero, desde donde se obtiene una de las mejores panorámicas de la ciudad. Son varias las alternativas de restaurantes donde tomar algo y cientos las tiendas en las que encontrar algún producto de los que venden los artistas afincados en Essaouira. Sobre todo, pinturas y esculturas.



Cae la tarde paseando por la ciudadela. Una gozada que hemos de interrumpir para continuar las casi 3 horas que restan hasta Marrakech. Las cubrimos ya sin luz y a Marrakech llegamos de noche, cuando en la plaza Jemaa el Fna los músicos, encantadores de serpientes, sacamuelas, cuentacuentos, aguadores, dejan paso a los puestos de restauración. La plaza huele a pincho moruno, a brasas y especias. También a zumo de naranja. Miles de lucecitas de los puestos de comida y barbacoas copan el protagonismo del eje vertebral de Marrakech, la plaza que marca el latido de la capital imperial del sur. Han sido muchas horas de coche, así que se agradece el paseo y comer algo de pie. Nos acercamos hasta la cercana Kotubia y su esbelta silueta iluminada.

Son muchos años viniendo a Marrakech, pero siempre se acomete la visita con la ilusión de la primera vez. Como la primera ocasión en la que uno callejea por el zoco y se deja conquistar por sus olores, regateos, gritos y ajetreo.
Plaza Jemaa la Fna, en Marrakech.



Es hora de retirarse a descansar pues la próxima jornada es una de las “etapas reina” de esta vuelta a Marruecos: el paso del Alto Atlas y la ruta de las Kasbash.