sábado, 11 de junio de 2011

9ª etapa. Reykjavik, cultura y naturaleza

Ballena minke.

La capital islandesa es una ciudad muy manejable. Idónea para una escapada de fin de semana o, como en mi caso, etapa final de la maravillosa experiencia de la Ring Road. 300 mil islandeses, es decir, la mitad de la población del país, viven en Reykjavik. Es la capital más septentrional del mundo. La ciudad es pequeña y cuenta con un casco histórico, próximo al puerto, peatonal y lleno de encanto. Una mañana es suficiente para pasearlo con calma y observar sus principales monumentos y lugares de interés. En mi caso he reservado un par de días en la ciudad por varios motivos. Uno, como es lógico, para descansar después de la conducción a través de la carretera de circunvalación de la isla. Otro, como segunda opción para el avistamiento de algunas de las especies en las que estaba interesado en la visita a Islandia: ballenas y frailecillos fundamentalmente.


A lo largo del recorrido, como habéis ido comprobando en los diferentes post, he tenido suerte en ambos casos, pero pudiera ocurrir que el mal tiempo hubiera echado al traste alguna de las excursiones (como de hecho ocurrió en los acantilados de Dyrhòlaey, cerca de Vik) y Reykyavik ofrece otra opción para excursiones de birdwatching y whalewatching gracias a su clima más benigno. Estas excursiones se contratan en el puerto, en donde hay casetas de las diferentes empresas que ofrecen la actividad. Las principales son Life of Whales, Puffin express y Elding, que cuenta con un museo de las ballenas en un barco anclado en el puerto. La excursión de frailecillos dura 1 hora y la de ballenas entre 2-3 horas dependiendo del horario y empresa.

Petrel siguiendo la estela del barco.

Atentos a los lomos de las ballenas emergiendo.

En el caso de los frailecillos hay una isla en la bocana del puerto (a 10 minutos de tierra) copada por estas simpáticas aves, pero ojo con las mareas. Conviene que preguntéis antes de salir si la marea está baja, ya que si es así, la embarcación no puede acercarse a la isla y la excursión, desde la distancia, será un fracaso. Las empresas tienen el detalle, eso si, de invitarte a una siguiente salida gratis. En mi caso me ofrecieron una al día siguiente pero ya era tarde pues la tenía reservada para visitar el museo vikingo (saga), así que la cambié por una salida de Whalewatching y aboné la diferencia (cuestan 20 y 45 euros frailecillos y ballenas respectivamente) para salir esa misma tarde.

Skúa atacando a una gaviota.

La isla de los Frailecillos y al fondo los edificios de Reykjavik.

Las ballenas son menos numerosas y están más lejos de la costa que en Húsavik, pero normalmente suele haber éxito en el avistamiento. De nuevo las ballenas minke.
Existen salidas combinadas de ballenas y frailecillos o sólo ballenas. Como ya es habitual, a falta de ballenas, las aves marinas se encargan de entretener al pasaje… una pareja de agresivos skúas atacando a una gaviota, alcatraces que viene y van a baja altura, cormoranes, frailecillos pescando, etc.; ¡que no pare el espectáculo!

Ejemplar adulto de alcatraz.

La presencia de alcatraces es notable si tenemos en cuenta que no demasiado lejos, en el islote de Eldey (al sur de Keflavik) nidifica una de las colonias más importantes a nivel mundial de alcatraz atlántico.

Es hora de regresar a puerto y despedirme así de la excelente naturaleza islandesa. Ahora toca una buena cena, bien merecida, para brindar por la culminación del viaje y mañana todavía tendremos tiempo de visitar el moderno museo Saga. Una advertencia si vais con niños, los muñecos de cera están tan bien hechos –incluso respiran- que los más niños –y algunos no tan niños- lo pasan verdaderamente mal. Como dato curioso comentaros que las caras de los personajes que van ambientando diferentes escenas de la época vikinga medieval –no escatiman en detalles del horror de aquel periodo islandés- son retratos de modelos reales, algunos vecinos de Reykjavik que sirvieron de modelos. El museo, se encuentra en el moderno edificio de La Perla, que posee una bóveda acristalada y miradores panorámicos (en restaurante giratorio) sobre la ciudad. Incluso un géiser artificial en el exterior.
Bahía de Reykjavik.

Museo de la Ballena, en el puerto de Reykjavik.


Finalizada la visita, un último paseo por la ciudad y directos a Keflavik para tomar el vuelo de regreso a España. No sin antes devolver la autocaravana (la meticulosidad y tiempo dedicado a tal menester en esta ocasión fueron más benévolos) y a descansar unas horas en un hotel de Keflavik, junto al aeropuerto internacional. Un taxi, nos trasladó de madrugada al aeropuerto para tomar el vuelo a París y de allí a España.

Han sido 12 días intensos, 9 etapas a lo largo del Anillo. Me he quedado con ganas de muchas cosas pero estoy seguro de que regresaré. Islandia me hay cautivado.

Museo Saga.

El pequeño y colorido viejo puerto de Reykjavik, en el que se respira whalewatching

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