martes, 18 de septiembre de 2012

La Llegada


Lobo marino en Puerto Baquerizo Moreno, isla San Cristóbal.


El 10 de marzo de 1535 Fray Bartolomé de las Casas arribaba navegando a la deriva hasta este archipiélago situado a 972 kilómetros de la costa de Ecuador. Las islas estaban habitadas por miles de aves, extrañas criaturas y unas enormes tortugas cuyo caparazón recordaba a la forma de silla de montar de nombre galápagos que en aquella época se usaba en España. Con este nombre quedaron bautizados los enormes reptiles de aspecto antediluviano y las islas. Sobre este descubrimiento cuento algo más en mi blog Paraísos del Mundo. Las islas Galápagos habían sido descubiertas al mundo por un señor de Soria.

 

El 17 de septiembre de 1835 Charles Darwin, en compañía de su fiel Covington y unos pocos marineros, ponía un pie en las islas Galápagos. Esa fecha marcaría a la postre un antes y un después en la Biología Evolutiva. Muchos fechan este cambio un tiempo después con la publicación de El Origen de las Especies el 24 de noviembre de 1859, pero es justo recordar que ese día de septiembre supuso el principio de una serie de observaciones y trabajos de campo con toma de datos y recolección de especies realizados por Darwin en las pocas semanas que estuvo en las islas. Podrían llamarse “las islas Darwin” no porque el naturalista británico fuera su descubridor sino por lo que su visita a las islas supuso para la ciencia. No llevan su nombre pero si cuentan con un sinfín de referencias en el nombre de sus moradores animales, una estatua y una Estación Científica. Qué menos.

 

Un 25 de agosto de 2005 llegaba yo por primera vez a las Galápagos, un simple mortal al que le gusta la naturaleza al lado de tanto nombre, atraído por el imán idolatrado de Darwin en la mente y un ejemplar de Viaje de un Naturalista alrededor del Mundo bajo el brazo. También Darwin contra Fitzroy, de Peter Nichols, que iría leyendo en la cubierta durante la navegación.

 

En la espalda una mochila con todo el equipo fotográfico e incluso mi telescopio terrestre que por cierto, ni usé. Os explico, acostumbrado a realizar fotos de fauna salvaje con potentes teleobjetivos como suele ser habitual, incluso con el adaptador fotográfico de mi telescopio (que equivale a un tele de 1100 mm), me di cuenta en la primera excursión en Galápagos, que lo que me daría más juego era ¡¡un gran angular!!. Y no es broma. La actitud de los animales es tan “indiferente” hacia el ser humano, al que no identifican con peligro, que siempre que uno no se salga del camino (absolutamente prohibido en el parque nacional), las aves están tan cerca que un gran angular puede capturar momentos fotográficos inolvidables. Como recomendación no debe faltar no obstante un tele para primeros planos (un 200 ó 300 mm).

 

Llegué al aeropuerto de la isla de San Cristóbal -junto al de Baltra, los dos aeropuertos del parque nacional-. Lo hice en vuelo de un par de horas desde Guayaquil, en la costa pacífica ecuatoriana. Es preciso cumplir estrictos controles de seguridad en lo relativo a la inclusión de alimentos y especies alóctonas y para ello en el aeropuerto realizan un exhaustivo control del equipaje para no traer nada que pueda desequilibrar el ecosistema galapagueño.

Abonadas las tasas de entrada al parque nacional (100 $), a la salida de la pequeña terminal nos estaba esperando Diego Andrade, un magnífico guía del parque que nos acompañaría por nuestro periplo en las islas. En bus nos llevaron hasta el muelle donde aguardaba atracada nuestra casa flotante, el crucero el Millennium, un magnífico catamarán con 5 habitaciones dobles. Nuestro grupo ocupaba 4 de las habitaciones y la quinta, la suite, estaba reservada por unos americanos. El capitán nos recibió a bordo y con cara compungida nos comunicó que debíamos hablar sobre las habitaciones. ¿Qué pasa? ¿algún problema? ¿nos van a dejar en tierra? La cara del capitán no auguraba buenas noticias y denotaba algún contratiempo que nadie nos había comunicado hasta ahora. Nerviosos, nos sentamos en la cubierta inferior, donde se encontraban algunos camarotes y el salón-comedor. Al parecer los americanos no se habían presentado. ¿Cuál era el problema? Pues que sólo había una suite y no sabía a quien de nosotros dársela!!! Y para eso nos pone el corazón en un puño al recibirnos con la cara como un poema??? Bendito problema. Yo iba “soltero”, así que deje disfrutar de la posibilidad del jacuzzi y la espaciosa habitación al resto de mis compañeros. Ese sorteo no iba conmigo… No obstante los afortunados ganadores se encargaron un día tras otro de restregarme lo bien que se disfrutan las Galápagos desde una suite. Ten amigos para esto… En cualquier caso mi habitación no estaba nada mal y el Millennium es un barco excepcional que sin duda recomiendo. El capitán, por cierto, un tipo encantador que pronto se ganó nuestra causa; y por las noches Carlos, el "atractivo" barman al que rápidamente pusimos el apelativo cariñoso de “bonobo”, que siempre tenía a punto su limonada especial al regreso de las excursiones.

Puerto Baquerizo Moreno
 

En Puerto Baquerizo Moreno, la capital de la isla de San Cristóbal y del archipiélago, aguardaba el barco, siempre en compañía de las fragatas. Con el barco amarrado, nadaban junto al casco enormes tortugas marinas. Sobre las pequeñas barcas del puerto tomaban el sol algunos lobos o leones marinos. Los pelícanos se lanzaban una y otra vez en picado en busca de capturas sobre un mar cristalino. ¿La llegada al paraíso? Pronto me daría cuenta de que si.

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