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Lobo marino en Puerto Baquerizo Moreno, isla San Cristóbal. |
El 10 de marzo de 1535 Fray
Bartolomé de las Casas arribaba navegando a la deriva hasta este
archipiélago situado a 972
kilómetros de la costa de Ecuador. Las islas estaban
habitadas por miles de aves, extrañas criaturas y unas enormes tortugas cuyo
caparazón recordaba a la forma de silla de montar de nombre galápagos que en
aquella época se usaba en España. Con este nombre quedaron bautizados los
enormes reptiles de aspecto antediluviano y las islas. Sobre este
descubrimiento cuento algo más en mi blog Paraísos del Mundo. Las islas
Galápagos habían sido descubiertas al mundo por un señor de Soria.
El 17 de septiembre de 1835 Charles
Darwin, en compañía de su fiel Covington y unos pocos marineros, ponía un
pie en las islas Galápagos. Esa fecha marcaría a la postre un antes y un
después en la Biología Evolutiva. Muchos fechan este cambio un tiempo después
con la publicación de El Origen de las
Especies el 24 de noviembre de 1859, pero es justo recordar que ese día de
septiembre supuso el principio de una serie de observaciones y trabajos de
campo con toma de datos y recolección de especies realizados por Darwin en las
pocas semanas que estuvo en las islas. Podrían llamarse “las islas Darwin” no
porque el naturalista británico fuera su descubridor sino por lo que su visita
a las islas supuso para la ciencia. No llevan su nombre pero si cuentan con un
sinfín de referencias en el nombre de sus moradores animales, una estatua y una
Estación Científica. Qué menos.
Un 25 de agosto de 2005 llegaba yo por primera vez a las Galápagos, un
simple mortal al que le gusta la naturaleza al lado de tanto nombre, atraído
por el imán idolatrado de Darwin en la mente y un ejemplar de Viaje de un Naturalista alrededor del Mundo
bajo el brazo. También Darwin contra
Fitzroy, de Peter Nichols, que iría leyendo en la cubierta durante la
navegación.
En la espalda una mochila con todo el equipo fotográfico e incluso mi
telescopio terrestre que por cierto, ni usé. Os explico, acostumbrado a
realizar fotos de fauna salvaje con potentes teleobjetivos como suele ser
habitual, incluso con el adaptador fotográfico de mi telescopio (que equivale a
un tele de 1100 mm),
me di cuenta en la primera excursión en Galápagos, que lo que me daría más
juego era ¡¡un gran angular!!. Y no es broma. La actitud de los animales es tan
“indiferente” hacia el ser humano, al que no identifican con peligro, que
siempre que uno no se salga del camino (absolutamente prohibido en el parque
nacional), las aves están tan cerca que un gran angular puede capturar momentos
fotográficos inolvidables. Como recomendación no debe faltar no obstante un
tele para primeros planos (un 200 ó 300 mm).
Llegué al aeropuerto de la isla de San Cristóbal -junto al de Baltra, los dos aeropuertos del parque nacional-. Lo hice en
vuelo de un par de horas desde Guayaquil, en la costa pacífica ecuatoriana. Es
preciso cumplir estrictos controles de seguridad en lo relativo a la inclusión
de alimentos y especies alóctonas y para ello en el aeropuerto realizan un
exhaustivo control del equipaje para no traer nada que pueda desequilibrar el
ecosistema galapagueño.
Abonadas las tasas de entrada al parque nacional (100 $), a la salida de
la pequeña terminal nos estaba esperando Diego Andrade, un magnífico guía del
parque que nos acompañaría por nuestro periplo en las islas. En bus nos
llevaron hasta el muelle donde aguardaba atracada nuestra casa flotante, el
crucero el Millennium, un magnífico catamarán con 5 habitaciones dobles.
Nuestro grupo ocupaba 4 de las habitaciones y la quinta, la suite, estaba
reservada por unos americanos. El capitán nos recibió a bordo y con cara
compungida nos comunicó que debíamos hablar sobre las habitaciones. ¿Qué pasa?
¿algún problema? ¿nos van a dejar en tierra? La cara del capitán no auguraba
buenas noticias y denotaba algún contratiempo que nadie nos había comunicado
hasta ahora. Nerviosos, nos sentamos en la cubierta inferior, donde se
encontraban algunos camarotes y el salón-comedor. Al parecer los americanos no
se habían presentado. ¿Cuál era el problema? Pues que sólo había una suite y no
sabía a quien de nosotros dársela!!! Y para eso nos pone el corazón en un puño al
recibirnos con la cara como un poema??? Bendito problema. Yo iba “soltero”, así
que deje disfrutar de la posibilidad del jacuzzi y la espaciosa habitación al
resto de mis compañeros. Ese sorteo no iba conmigo… No obstante los afortunados
ganadores se encargaron un día tras otro de restregarme lo bien que se
disfrutan las Galápagos desde una suite. Ten amigos para esto… En cualquier
caso mi habitación no estaba nada mal y el Millennium es un barco excepcional
que sin duda recomiendo. El capitán, por cierto, un tipo encantador que pronto
se ganó nuestra causa; y por las noches Carlos, el "atractivo" barman al que rápidamente
pusimos el apelativo cariñoso de “bonobo”, que siempre tenía a punto su
limonada especial al regreso de las excursiones.
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Puerto Baquerizo Moreno |
En Puerto Baquerizo Moreno, la capital de la
isla de San Cristóbal y del archipiélago, aguardaba el barco, siempre en compañía de las fragatas. Con el
barco amarrado, nadaban junto al casco enormes tortugas marinas. Sobre las
pequeñas barcas del puerto tomaban el sol algunos lobos o leones marinos. Los
pelícanos se lanzaban una y otra vez en picado en busca de capturas sobre un mar
cristalino. ¿La llegada al paraíso? Pronto me daría cuenta de que si.