jueves, 11 de octubre de 2012

Rumbo a la isla Española


Piquero de patas azules.


Esa misma noche nos pondríamos en navegación dando por iniciado oficialmente el crucero. Tuvimos tiempo de aprovisionarnos en el puerto antes de embarcarnos durante los próximos días sin volver a tocar tierra habitada hasta el regreso a San Cristóbal, tres días después. El crucero me depararía 4 días intensos. ¡Que pena de no disponer de más tiempo! Fueron no obstante 4 días intensos, aprovechados al máximo y centrados en la parte oriental del archipiélago. Las islas Galápagos constan de 19 islas principales y 107 rocas o islotes. Todos de origen volcánico. Así que os podéis imaginar lo que me queda por ver…

Gaviota de cola bifurcada y piquero enmascarado.
 

Pusimos rumbo a Española, una de las más apartadas, a la que llegamos tras las 4 h. 30 min. De navegación necesarias para cubrir las 32 millas de distancia.

Punta Suárez fue la primera de las visitas en la isla Española, también conocida como isla Hood. Las islas Galápagos tienen un nombre castellano y otro inglés. Chatham es el correspondiente a San Cristóbal.

El gigantes albatros de Galápagos.
 

Punta Suárez se encuentra en el extremo noroeste de la isla. Allí se realiza el desembarco en seco gracias a un pequeño muelle sobre la roca basáltica. Se realiza un pasea de 1.700 metros circular para el que empleamos unas 2 horas de recorrido a pie. Es un sendero llano y repleto de atractivos naturales, especialmente en lo relativo a aves. El protagonista no es otro que el albatros (Diomedea irrorata), la mayor ave marina del planeta, que se posan en este rincón galapagueño –sólo se pueden ver aquí- entre abril y noviembre. Era agosto así que me encontraba en plena temporada de albatros. Se reúnen en tierra para criar, ofreciendo un espectáculo amoroso único con curioso cortejo nupcial incluido. Creo que agoté una tarjeta de memoria entera fotografiando a este gigante alado de 3 metros de envergadura.

Punta Suárez se visita en un recorrido circular de 1,7 km.
 

La situación apartada de la isla, en el extremo suroriental del archipiélago de las Encantadas, le confiere un alto porcentaje de endemismo en un lugar de por sí único en términos de biodiversidad. En el sendero compartí mañana además de con los albatros, con los piqueros azules, que parecían casi gorriones al lado de los albatros. Los piqueros de patas azules (Sula nebouxii) son unos alcatraces con color de patas irreal, un intenso azul que parece pintado a mano. También los elegantes y estilizados  piqueros enmascarados (Sula granti), de color blanco y con una curiosa franja negra en los ojos y cara que le confieren el nombre común. Otras aves que acompañan posadas sobre las rocas de lava a albatros y piqueros son las gaviotas de cola bifurcada, de porte esbelto, fino, con patas rojas y circulo periocular rojo intenso y plumaje precioso.

Las rarezas se completan con las iguanas marinas de esta isla, de un color turquesa que vira a rojo en época de apareamiento, o con las mayores lagartijas terrestres de las siete especies existentes en Galápagos. Las iguanas lucían intensos colores rojos, tal y como correspondía a su época de cría. Se acumulaban por cientos, unas encimas de otras, pisándose.
 
Iguana marina.
 

A lo largo del camino varios pinzones de Darwin y algún canario María, revolotean de roca en roca. Nos acompañan a lo largo del sendero. La primera mitad transita junto al acantilado, donde también descansan algunos leones marinos y los coloridos cangrejos se exponen en la línea de marea.

Una culebra biserialis se escabulle entre los nidos y una lagartija de lava deja ver su enorme tamaño, casi como una iguana pequeña.

En el extremo del acantilado es posible contemplar bufones. El más importante es El Soplador.

El propietario de las patas que abren el post.
 

El regreso se realiza por el interior, alejados del mar, hasta una pequeña playa de fina arena blanca. Allí descansan un grupo de lobos marinos que, como todo en las Galápagos, se dejan fotografiar con sumo gusto. Aprovechamos para hacernos algunas fotos con ellos compartiendo playa. Una arena cegadora y unos lobos marinos que serían el preludio de lo que la tarde nos depararía en la siguiente parada: bahía Gardner.

 

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