Mi visita al parque nacional de
las Islas Galápagos iba tocando a su fin. Restaba regresar al punto donde
esta corta pero intensa e inolvidable travesía había comenzado cinco días
antes. Con las enormes iguanas marinas de Santa Fé todavía en la mente, navegamos para cubrir las 28 millas hasta la isla
de San Cristóbal. Llegábamos a
Puerto Baquerizo con la sensación de que regresábamos a la “civilización”
galapagueña como paso previo al aeropuerto donde tomaríamos el vuelo de regreso
a Guayaquil. Pero antes de abandonar el archipiélago de las Encantadas todavía
nos restaba el encuentro con otro de los animales que más se identifican con
Darwin y que son tan emblemáticos de Galápagos que dan nombre al archipiélago:
las tortugas gigantes o galápagos.
La isla de San Cristóbal contaba con dos especies de estos enormes
quelonios, una correspondiente a la población norte (Geochelone chathamensis) y otra que habitaba la parte sur de la
isla. La primera alberga actualmente unos 1.400 ejemplares mientras que la
especie meridional ocupaba un pequeño territorio en torno al cerro Colorado
pero se extinguió por la acción de los balleneros que llegaban a la isla. El
Cerro Colorado, sigue siendo no obstante una referencia viva para las tortugas
gigantes terrestres pues en sus inmediaciones se ubica la Galapaguera Cerro Colorado.
Se trata de unas instalaciones centradas en las tortugas gigantes.
Cuenta con centro de interpretación y zona de cría y reproducción, además de
senderos y las instalaciones de uso público propias de un pequeño centro de
visitantes. En el centro se crían tortugas de la especie norteña de San
Cristóbal con el objeto de, a los dos años de vida, reintroducirlas en su medio
natural en la población del norte. El centro permite conocer además el status
poblacional, biología y etología de las 11 especies diferentes de galápagos que
habitan el archipiélago.
La Galapaguera Cerro Colorado se encuentra a poco más de 20 kilómetros de
Puerto Baquerizo y se accede en un trayecto de unos 40 minutos por sinuosa
carretera.
Y así, entre tortugas gigantes, me despedía de este paraíso natural
con una idea fija en la cabeza: regresaré a conocer otras islas y otras
especies de estas islas sin duda Encantadas. Gracias por esos cinco días
inolvidables.