Alta-Mountain Plateau-Alta: 30 kilómetros
Moto de nieve: 30 kilómetros
Además de petroglifos y pinturas rupestres en Alta también hay bosques de gran calidad y enclaves naturales sin parangón. Un lugar extraordinario es el Cañón de Alta (Sautso), continuación natural del fiordo, y cerca de él el bonito pueblo montañés de Gargia, desde donde partiremos para acceder el altiplano.
A tan sólo 15 kilómetros de la ciudad uno tiene la indescriptible sensación de sentirse aislado de verdad; allí se encuentra el Gargia Mountain Lodge, un precioso hotel formado por un grupito de cabañas de madera en el que elaboran magistralmente la cocina tradicional a base de reno, salmón, setas, bacalao, frutos del bosque, etc. como pudimos comprobar anoche.
Una bella jornada de ¿pesca?
Las motos ya están listas en la puerta de la cabaña. El sol brilla con fuerza y el paisaje se muestra en todo su esplendor. Las motos de nieve son la mejor forma de conocer el inmaculado terreno que nos queda por delante y que los guías han asegurado, nos cautivará. Sobre el papel el recorrido promete, remontar el barranco hasta alcanzar el altiplano (Mountain Plateu) y una vez arriba, conducir a través de la tundra hasta un gran lago en el que demostraremos nuestras dotes para la pesca en hielo.
Rápidamente superamos el frondoso bosque de coníferas y abedules y llegamos a la parte alta del barranco, donde se abre ante nosotros la inmensa planicie helada tan típica de la región lapona. Es difícil describir un paisaje desolador y fascinante a la vez.
El terreno horizontal permite aumentar la velocidad y los kilómetros van cayendo casi sin darnos cuenta a través de la que era la antigua carretera a Kautokeino. Llegamos a los restos de la estructura de un lávvu o casa sami. Los lávvus son casas sencillas en forma de cono elaborada con palos de abedul y recubierta de piel de reno, en la que los samis de la montaña, pernoctan durante las migraciones de sus manadas de renos. A medida que van avanzando hacia la costa, las familias samis van trasladando estas cabañas hasta llegar a los campamentos estables –siida-, pero por alguna extraña razón, la estructura cónica de ramas de abedul fue abandonada, contribuyendo con ello a realzar el aspecto desolador del paisaje. Una perdiz nival cruza frente a nosotros y se encarga de recordarnos que en la tundra existe vida.
Con el sol como compañero de viaje, llegamos a la superficie helada del Lago Holga. Mientras preparamos un pequeño fuego en el que tomar más a gusto si cabe una taza de café, echamos dos pieles de reno sobre la nieve como improvisados asientos y nos disponemos a desarrollar la segunda actividad del día: la pesca en el hielo.
Para ello es preciso abrir un agujero con la ayuda de un enorme taladrador manual que bien recuerda a un gigantesco sacacorchos. Una vez abierto y vaciado el hielo en su totalidad, preparamos el cebo con una apetitosa lombriz e introducimos la caña en el agua. Sólo resta aguardar. Dada la temperatura del agua, suponemos que la lombriz debe presentarse como un manjar irresistible para los peces, pero tras un buen rato de espera, parece no ser ésta una gran jornada de pesca.
El tiempo cambia con rapidez y, aunque el sol parece resistirse a abandonarnos, es mejor no tentar a la suerte, así que desistimos en la espera y desmontamos el pequeño campamento para emprender el camino de regreso. Para la vuelta hemos reservado un corto desvío hasta Beskades, uno de los puntos más elevados de este altiplano (a unos 450 metros de altitud) desde el que se observan unas panorámicas extraordinarias, así que ansiosos porque la climatología no cambie y nos impida tan magna visión, aceleramos el retorno. En efecto, lo prometido se cumple con creces y disfrutamos del entorno durante un buen rato antes de comenzar el descenso por el barranco hasta el punto de partida.
Mañana es la primera gran etapa de conducción en hielo y nieve. Hay que estar preparado para los 131 kilómetros hasta Kautokeino.
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