lunes, 6 de diciembre de 2010

5ª Día (y II). Un día con los samis




Últimamente he descubierto un aliciente que hasta hace unos años, he de confesar, no me planteaba como uno de los valores primordiales a la hora de elegir destino en un viaje de aventura. Me refiero al elemento étnico. Normalmente eran el paisaje y la naturaleza los elementos más seductores en el momento de realizar un desplazamiento. Cuanto más lejano, inaccesible y agreste, mejor es un lugar como destino de aventura. Un buen día, viajando por la cuenca amazónica de la Guayana francesa, se despertó en mí la curiosidad por conocer y saber acerca de las personas que de forma contemporánea viven en lugares tan diferentes a mi lugar habitual de residencia, España. Son varias las etnias que he conocido y visitado desde entonces por diferentes lugares del planeta y varias las ocasiones de conocer culturas muy dispares, sus costumbres, sus alimentos, sus técnicas de caza, pesca o recolección, sus creencias, etc. Es sorprendente saber cómo el hombre se ha adaptado –y lo sigue haciendo- a sobrevivir en circunstancias adversas, en latitudes increíbles y ante condiciones climatológicas que poco invitan a disfrutar de la vida. Los samis o lapones son en este sentido una de las etnias más sorprendentes.


En la actualidad son cerca de 50.000 los samis que viven en el norte de Noruega, norte de Suecia, norte de Finlandia y noroeste de Rusia (Península de Kola). Se mueven a sus anchas por este vasto territorio, ajenos a las fronteras actuales, desarrollando su modo de vida ancestral: el pastoreo de renos.


Desde hace miles de años la región de Laponia es para ellos su país (Sápmi) y en él desarrollan una vida nómada –el último grupo étnico nómada que queda en Europa- siguiendo la migración natural de los renos de la montaña hacia la costa. Los densos bosques de coníferas y sobre todo la tundra son su razón de ser y ha ello se han adaptado de forma sorprendente. En verano los días por encima del Círculo Polar Ártico son largos, de hecho el sol de medianoche hace que el astro rey no llegue a ponerse, y la vida en Sápmi es agradable, incluso bucólica.


Muy diferente es el clima durante la otra mitad del año, cuando la nieve y el hielo dominan un paisaje espectacular a muchos grados bajo cero. Es en esta temporada, época de auroras boreales, cuando uno siente verdadera admiración por estas gentes, que todavía viven en sus lavvus o tiendas de piel de reno en la inmensidad de las planicies heladas de Laponia (Lapland o Sámiland). El reno lo es todo para los samis: es su oficio, es –junto al salmón- su principal alimento, es también fuente de productos para la confección de sus trajes típicos, de sus casas,... es también mitología, pues el reno es para el “Noaidi” -chamán sami-, la manifestación terrestre del ser supremo, origen y explicación del mundo y su naturaleza antes de la llegada del cristianismo.






Algo más de la mitad de los cincuenta mil samis que todavía viven lo hacen en la Laponia noruega, principalmente ligadas a las comunidades de Kautokeino y Karasjok, en la región de Finnmark.


Aunque buena parte de los samis actuales han adaptado su vida a la pesca, a trabajar en las poblaciones o en las ciudades, e incluso al turismo, todavía un tercio de la etnia lapona mantiene su modo de vida tradicional. Es pues una ocasión única la que se nos presenta de ir en busca de una estas familias y experimentar con ellos un día en la vida sami.


Siguiendo a las manadas de renos, que llegan a congregar miles de individuos en su camino hacia el Cabo Norte (hacia donde también nosotros nos dirigimos), las familias han cambiado el transporte en trineos tirados por estos ungulados y el pastoreo con perros por el uso de la moto de nieve, una verdadera revolución en la cultura sami. Las motos de nieve han permitido seguir más cómodamente a sus manadas y ejercer el pastoreo de forma más rápida y eficaz. También han facilitado el remolque de sus enseres y sus casas de fácil montaje –lávvus y goahtis-.


Los samis de la costa y del interior llevan una vida sedentaria. Son los samis de montaña -los que se dedican a la crianza de renos desde el siglo XVI-, los que se mueven entre la montaña, a la que llegan en otoño, y la costa, a la que llegan en primavera. Durante el desplazamiento, varias familias se juntan y hacen una vida en comunidad en torno a campamentos –“siida”- hasta la época de partir de nuevo tras el instinto natural del reno, su movimiento migratorio. Los siida se levantan en tierras con buenos pastos, en las que las familias establecen sus gammes o cabañas fijas más robustas –hechas con madera, corteza tepes y piedra- y que funcionan como residencia mientras trabajan en el cuidado, marcación y matanza de los animales. Entre el siida de verano y el de invierno, los samis viven en sus casas desmontables hechas a base de piel de reno y palos de abedul, los mencionados lávvus y goathis, que hoy día construyen con materiales más ligeros e impermeables. Llegar a uno de estos lávvus era nuestro objetivo.






Un día con los Samis


Antes de partir en busca de nuestros anfitriones, es muy recomendable una visita al Parque Sápmi de Karasjok, donde aprenderemos mucho sobre esta cultura de forma práctica mediante un extraordinario audiovisual y un recorrido al aire libre por la recreación de su modo de vida, llevada a cabo por ellos mismos, en uno de estos siida. En este parque conoceremos además cómo trabajan su artesanía, basada en productos con una función práctica. Del reno aprovechan casi todo; la piel para ropa y cubiertas, los tendones como hilo de coser, y los cuernos y huesos para elaborar finos instrumentos. Destacan productos como el cuchillo sami –un verdadero multiusos-, la ropa de llamativos colores, y los utensilios y joyas de plata.






Hemos quedado con nuestro guía en las preciosas cabañas de “Jergul Asttu”, desde donde subiremos al altiplano donde ha acampado esta familia compuesta por madre e hijo. Puntual a la cita, el hijo aparece con su moto de nieve y un austero remolque en el que nos acomodaremos abrigándonos hasta la saciedad. Convenientemente pertrechados, partimos hacia el “mountain plateu”. Es necesaria media hora de aproximación para alejarnos de cualquier signo de vida y adentrarnos en la inacabable tundra. Cuando la sensación de soledad es extrema, y sólo nos tranquiliza el saber que el guía no puede ser más apropiado, cruzamos lagos helados, y monótonas extensiones en las que no resulta fácil orientarse hasta avistar, al fin, un solitario lávvu donde éste vive con su madre.



Bajamos de la moto deseosos de integrarnos con ellos y participar en su vida cotidiana. El enclave se ve rápido, pues salvo la tienda y los tres renos domesticados que aguardan en el exterior atados a unas ramas, poco se puede hacer y lo mejor es aceptar la invitación de entrar al lávvu y sentarnos junto al fuego. Nos acompaña Josef, buen conocedor de la familia y de la lengua sami, así que gracias a sus dotes de intérprete, podemos mantener una larga conversación entre tazas de café bien caliente, leño y leño consumido, y un vaivén de lenguajes: sami –dialecto north-, noruego, inglés y español. Bajo el calor del fuego, tumbada de medio lado, la madre se muestra cada vez más natural y no se resiste a interpretar los joik -canciones típicas samis- amenizando la conversación y ayudando a meternos en ambiente. Poco a poco vamos conociendo más cosas sobre esta familia y su pueblo, cosas sorprendentes, nos explican cómo han llegado hasta allí y qué hacen durante el día en circunstancias tan duras, rodeados de metros de nieve por la que uno se hunde hasta la cintura. Las preguntas y respuestas surgen irremediablemente pues es mucha la curiosidad que sentimos ante algo radicalmente opuesto a nuestro modo de vida. Surgen todas las cuestiones menos una: ¿cuántos renos tienen? preguntar esto es como pedir que confiesen el nivel económico de la familia, así que jamás podríamos esperar una respuesta sincera, nos advierte Josef. No obstante nuestro anfitrión sonríe, conversa algo con su madre, y nos dice: “doscientos”. La respuesta es cuanto menos sorprendente pero nos abstenemos de preguntar si eso es mucho o poco. A juzgar por la cara de satisfacción, debe ser una buena cifra.

 Es hora de abrigarse y participar de verdad en las tareas, así que salimos fuera y preparamos los renos para tirar del trineo. Una vez todo listo, sólo resta observar cómo se debe conducir al animal y dar una vuelta con el trineo (un par de años antes ya tuve ocasión de hacer algo similar en Finlandia y la experiencia no era nueva). Sólo de esta manera puede hacerse uno una idea de lo duro que debe ser desplazarse kilómetros y kilómetros por la tundra.


El recorrido es corto, aunque no queda lejos una granja de renos que bien merecería una visita, pero no disponemos de más tiempo antes de que caiga la noche y es preciso regresar.


De vuelta al calor de la chimenea de las cabañas “Jergul Asttu”, uno toma mayor conciencia de lo duro que es vivir en estas condiciones y de lo afortunados que hemos sido al poder experimentar vivencias como las que acabamos de realizar.


1 comentario:

  1. HOLA HACE UNOS DIAS HEMOS ESTADO VISITANDO EL POBLADO SAMI NOS GUSTO MUCHO FUE MUY INTERESANTE Y APRENDIMOS MUCHO DE LOS SAMIS

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