sábado, 9 de octubre de 2010

3ª Etapa. El Peñón – Cima Auyán - tepui.


En lo más alto del tepui, el sueño hecho realidad.
6 horas

“… ¡Esto es lo más grande que he oído jamás!, ¡es colosal! Usted es un Colón de la ciencia que ha descubierto un mundo perdido.


… -¿y después señor, qué hizo usted?


- Era la estación lluviosa, señor Malone, y mis provisiones estaban exhaustas. Exploré una parte de ese inmenso farallón, pero no fui capaz de encontrar una vía para escalarlo. La roca piramidal sobre la cual vi el pterodáctilo al que maté después era más accesible. Como soy algo alpinista me las arreglé para escalar hasta la mitad del camino hacia la cumbre. Desde aquella altura podía formarme una idea más clara de la meseta que se extendía en lo alto de los riscos. Parecía muy extensa; ni por el este ni por el oeste pude vislumbrar hasta donde llegaba el panorama de los riscos cubiertos de verdor. Abajo, se extendía una región pantanosa, llena de matorrales, abundante en serpientes, insectos y fiebres, que sirve de protección natural a este extraño país.


- ¿Advirtió usted alguna otra señal de vida?


- No, señor, ninguna; pero durante la semana que pasamos acampados al pie del farallón, pudimos escuchar algunos ruidos muy extraños que venían de lo alto.


- ¿Y el animal que dibujó el norteamericano? ¿cómo explica usted que pudiera lograrlo?


- Lo único que podemos suponer es que consiguió subir hasta la cima y desde allí lo vio.


… pero ¿cómo llegaron estos seres hasta allí?


No creo que el problema sea demasiado oscuro- dijo el profesor-. No puede haber más que una explicación. Como habrá oído usted decir. Sudamérica es un continente granítico. En este lugar exacto del interior debe haber ocurrido en una época muy remota, un enorme y súbito levantamiento volcánico. Debo señalar que aquellos cerros son basálticos y por lo tanto plutónicos. Un área quizá tan amplia como el condado de Sussex, fue alzada en bloque con todo su contenido viviente y separada del resto del continente por precipicios perpendiculares, cuya dureza desafía la erosión. ¿Cuáles fueron las consecuencias? Que las leyes naturales ordinarias quedaron en suspenso. Los diversos obstáculos que influyen en la lucha por la existencia en el resto del mundo quedaron allí neutralizados o alterados. Sobreviven seres que de otra manera habrían desaparecido. Observará que tanto el pterodáctilo como el estegosaurio pertenecen al periodo Jurásico, o sea, que datan de una era muy grande en la sucesión de la vida. Han sido conservados artificialmente en virtud de esas condiciones accidentales y peculiares”



Así relataba el profesor Challenger a su futuro compañero de expedición, el periodista E. D. Malone en la magnífica obra “El Mundo Perdido” de Arthur Conan Doyle, parte del mundo pretérito que les esperaba en su destino. Y ese mundo existe en realidad. Se trata de los Tepuyes o montañas en lengua pemón, que emergen poderosos en la llanura de la Gran Sabana venezolana.




Hacia la cumbre.


Al pie del farallón nos encontrábamos también nosotros y quizá eso es lo que nos espera allá arriba. No se si con pterodáctilo incluido. No me lo podía quitar de la cabeza.


Desde El Peñón restan 3 horas de subida por terreno complicado, especialmente un largo tramo en el que no existe sendero y se ha de caminar sobre un mar de resbaladizas raíces. Agotador y peligroso para los tobillos. De pronto la vegetación se abre y nos deja al pie de la imponente muralla rocosa que convierte a éste y el resto de tepuyes en inexpugnables. A diferencia de la mayoría, el Auyán tiene aquí el único punto débil que permite acceder a su cumbre. Es la pared La Paloma, una delgada brecha por la que es posible caminar entre brumas, nieblas y gigantescos helechos arborescentes, con la ayuda estratégica de alguna cuerda a modo de pasamanos para salvar las rocas más resbaladizas (en cinco ocasiones a lo largo de la etapa). Es el único camino posible de acceso a la cumbre. ¡¡El único en 700 kilómetros cuadrados de cima!! Si los dinosaurios de El Mundo Perdido existieran, seguro vivirían en la pared de la Paloma. Un lugar mágico (foto de apertura del post).






Tras un último esfuerzo a través de una tenebrosa rendija entre la roca que obliga a usar manos y pies para trepar, la luz se hace de pronto. Ganada una repisa horizontal pronto me doy cuenta de dónde estoy. Esa repisa no es otra cosa que el borde de la cima del tepui. ¡¡Objetivo conseguido!!


A medida que vamos accediendo a la cima las caras de los recién llegados denotan una alegría indescriptible y pronto dejan caer la mochila para abrazarse a los que ya habíamos hecho cumbre. Saltos de felicidad, lágrimas de emoción por lo conseguido… Imposible contenerse. Inolvidable.


Poco a poco nos vamos juntando en torno al busto de Simón Bolívar traído en el año 1956 en helicóptero por la Universidad Central de Venezuela para indicar los 2.510 metros de altura del punto más alto (Pico Libertador).






La cima de esta descomunal meseta desciende hacia el norte, como la cubierta de un barco ladeado por la tempestad, hasta donde se pierde la vista. Sólo resta caminar otras 3 horas por esa cubierta sorteando la infinidad de barrancos que hacen imposible la existencia de un sendero bien trazado como tal. Es terreno de plantas únicas, con un porcentaje de endemismos elevadísimo. Plantas carnívoras. Líquenes increíbles. Una geografía áspera como pocas. De formaciones curiosas. Para terminar de componer el cuadro abstracto, un arroyo de aguas amarillas, naranjas, rojas (similares a las que ya había visto en el onubense río Tinto). Si en el río Tinto alguien me hubiera pedido que echara un trago le tacharía de loco. La diferencia es que en esta ocasión era el agua que habría de beber durante los dos próximos días y una vez superado el dudoso sorbo inicial, la bebimos por litros. Los guías juraban que bebiéramos tranquilos, sin problema. Otra cosa es el color de la orina después (que sin entrar en más detalles va desde la Fanta de naranja y al tinto de verano). Pero no estábamos bebiendo en un sitio más y ni de un arroyo más. Es el nacimiento del río Churún, el mismo que muchos kilómetros más adelante se desploma desde la cima por la garganta del Diablo formando el Churún Merú, una cascada de 700 metros de altura, la cuarta cascada más alta del mundo. Su problema es que teniendo a quien tiene de vecino, el Salto Angel, el Churún Merú pasa casi inadvertido.






La noche en la cima se pasa bajo otro peñasco, en esta ocasión con forma de oso. Disfrutando del cielo estrellado. A la hora de la cena una marabunta de hormigas pretende dejarnos sin comida. Uno de los indígenas toma una antorcha y la acerca a la hilera de hormigas. Rápidamente estos insectos sociales se transmiten la señal de peligro a velocidad de vértigo (mucho más que yo mis crónicas desde el teléfono satélite…). En cuestión de un minuto el chorreo de insectos cesa radicalmente y ni rastro de ellas. Mano de santo.


La cena sabe a gloria y hoy si, a pesar del cansancio, la noche se disfruta al máximo. Es complejo describir el paisaje nocturno de luces y sombras con la tenue luz de la luna en un paisaje de por si surrealista. Unos se dedican a observar las estrellas, otros reponen ya fuerzas en el calor del saco, la mayoría charlamos junto al fuego exprimiendo cada instante de esta noche diferente para todos, degustando cada minuto como si del trago de un gran reserva se tratara. Las conversaciones se amontonan en la hoguera. No queremos que amanezca nunca.

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